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miércoles, 13 de octubre de 2010

Sobre minas y mineros y porqué todo esto importa

La nota de la semana y probablemente del mes ha sido sin duda el épico rescate de los mineros chilenos. No pretendo repetir notas que fácilmente pueden hallar en la prensa o en los buscadores de la red. Sin embargo, para muchos mexicanos como yo, este suceso genera sentimientos encontrados y nos deja con un sabor agridulce.

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Pasta de Conchos es el incomodo recuerdo que pervive en la memoria de una situación con notables paralelismos a la de los chilenos y con abominables y monstruosas divergencias. Tampoco pretendo redundar esterilmente en argumentos expuestos con anterioridad en este sitio. Simplemente que, pensando en todo esto, el caso de los más de 60 mineros atrapados en la mina sin ser tan espectacular hubiese podido terminar en un feliz antecedente de lo que hemos visto esta semana, pero no fue así.

Cavilando en toda la infraestructura, la tecnología, la inversión y la propaganda del gobierno actual de Chile si bien de derecha, al menos más humano y “buena onda” que el gobierno de la derecha mexicana, no es difícil ver que ha sido una operación muy costosa, que dividiendo dicha suma entre el total de los mineros rescatados podemos ver que cada minero chileno vale al menos lo que 30 mineros mexicanos.

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Y a todo esto, dirán algunos ¿por qué tanto pinche drama por unos mineros? De los de Pasta de Conchos, ni quien se acuerde, nada más porque están de moda los chilenos, como algunos afirmaron en Twitter esta semana.

Pues bien, no sé los demás pero yo no me olvido de los mineros de Coahuila, me es difícil evadir esa dolorosa realidad por varias razones. La primera y más simple de todas, porque he conocido del dolor y de la impotencia de algunas de sus viudas, de sus huérfanos y familiares que llevan años luchando porque los cuerpos de sus esposos muertos cambien de sepulcro a otro donde los puedan honrar. Esto sin duda le resulta excesivo, inútil y ominoso a mucha gente, pero no me lo parece tanto porque aquellos hombres dejan la vida en las minas extrayendo minerales que vuelven obscenamente ricos a otros hombres que en su vida habrán trabajado una mina ni que sabrán rascarle a las entrañas de la tierra esos tesoros que guarda.

La segunda razón más trivial quizá es que varios de mis amigos son mineros y de unos años a la fecha he dejado de verlos porque aquellos extenuantes infiernos de las minas ya los reclaman, y son hombres y mujeres que arriesgan su vida en las precarias y ruinosas condiciones de muchas de las minas mexicanas que carecen aun, de las más elementales normas de seguridad, de la infraestructura adecuada y del interés de sus dueños de salvaguardar la integridad de todos aquellos que dan la vida por enriquecerlos.

La última menos obvia, pero no por ello menos importante es por el importante papel de la minería en la vida de México y en particular en la mía. Como muchos sabrán yo estudié en la Facultad de Ingeniería de la UNAM, escuela que fue fundada en la segunda mitad del siglo XVIII (1792) como el Real Seminario de Minas, cuya sede fue erigida por el célebre arquitecto español Manuel Tolsá (1811) y que sigue en pie en la calle de Tacuba cerca del Eje Central en el Centro Histórico, frente a la estatua Ecuestre de Carlos IV obra del mismo Tolsá en una pequeña plaza que lleva su nombre frente al Actual MUNAL que linda con la actual cámara de Senadores.

La Escuela de Minas tuvo una importancia no solamente cultural como podemos deducir, sino económica también al ser la primera en este continente en desarrollar especialistas en la minería, actividad que detonó la conquista de vastos territorios unos siglos antes y que era primordial para la economía colonial, pues gracias a ella pudieron, los Austria y posteriormente los Borbón vivir con lujos y derrochar el oro y la plata de estas tierras que a la postre harían ricos a los países del norte de Europa que han olvidado o pretenden olvidar ese hecho.

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En ella Andrés Manuel del Río en 1801 descubrió el Vanadio que bautizó con el horrendo nombre de Eritronio, en los años en que Fausto Delhuyar, notable mineralogista y químico metalurgista español fuera su primer director, y quien erigiera el espíritu científico que aun hoy a mas de 2 siglos de distancia sigue imperando en la forma de enseñar la ingeniería en esta institución.

Cabe señalar que Fausto y su hermano mayor Juan José lograron en 1783 aislar el mineral de wólfram que hoy conocemos como Tungsteno y que podemos ver en el filamento de los focos convencionales que aun imperan en los hogares de este país.

El propio Alexander von Humboldt a su paso por México alabo la labor científica y académica de Delhuyar que dejó tan honda huella que incluso después de su muerte el prestigio de la Escuela de Minas y su calidad eran superiores a las de la misma metrópoli que tras el retorno de Fernando VII al trono vivió algunos de sus más oscuros años empobrecida, sin colonias que sangrar y con una férrea inquisición plena y activa.

De vuelta a este continente, la Escuela de Minas sería el asiento del primer instituto de investigación científica del continente y sus egresados con el título de facultativos de minas obtienen el privilegio, a partir de 1797, de ser aceptados en el resto de América, en Filipinas y en toda Europa. El seminario de Minería es la Nueva España se convierte entonces en el principal exportador de conocimientos técnicos y científicos del continente. En aquella época, México poseía la vicepresidencia de la Asociación Mundial de Minería. Es además la semilla de lo que a la postre fue la escuela de Ingenieros con Juárez y que pese a la volatilidad del siglo XIX fue el primer centro de enseñanza en América que imparte cursos de ciencias Físico-Matemáticas y del cierre que tuvo en los agitados años previos a la Reforma con Juárez, logra integrarse hace ya 100 años al proyecto de Universidad Nacional enarbolado por Justo Sierra.

No es por ello de sorprender que entre las ingenierías que alberga en la actualidad (12 para ser exactos) sobreviva la de ingeniero en minas y metalurgia en una universidad lejana geográficamente de las minas que son explotadas en la actualidad y que no abundan precisamente en el centro del país. Es por ello que tengo amigos y amigas mineras, como mi amiga Claudia que acaba de regresar esta misma semana a titularse después de un par de años de trabajar en minas del bajío y del norte del país.

En la historia universal de la infamia, Borges atinadamente atribuye a una variación de filantropía un hecho del que se derivan innumerables sucesos, que es la importación de negros africanos como mano de obra para extenuarlos en la explotación de las minas de oro primero antillanas, luego continentales que sustituyeran a los nativos que sucumbían vertiginosamente ante las epidemias, el hambre y las inhumanas condiciones de trabajo que la codicia de aquellos pálidos bárbaros les exigía... pero esto creo será motivo de una entrada posterior, menos deficiente y más atinada.

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jueves, 7 de octubre de 2010

La literatura 1

Hay algo que ha estado presente en mi vida desde hace mucho tiempo y que sin embargo hasta hace poco he visto con cierta claridad, me refiero a la literatura. Si bien es cierto que aprendí a muy tierna edad a leer antes en ingles que español, no es algo de lo que me vanaglorie, para mí fue algo perfectamente normal dada la educación que tuve en un jardín de niños bilingüe y que tras algunos años de estudio e una primaria publica olvidé casi por completo por lo que tuve que dedicarme de los 9 a los 13 a recuperar la lengua de Shakespeare que ciertamente nunca ha sido mi favorita, pero a la que me une una relación de amor-odio que tal vez algún día me dé tiempo a explicar.

Las letras entraron a mi vida a la misma edad que muchos de ustedes, sin embargo el gusto por ellas se debió a unos libros con los que aprendí a leer. El primero de ellos era un libro casi entero que comenzaba con cierta progresión gradual en el mundo de la lectura pero que a mí me provocaba cierto placer indescriptible, era como los discursos a los grandes oradores griegos en el sentido de que era como un paseo a través del libro con frases y dibujos que me provocaban diversas emociones y que empezaban como en una clara mañana y terminaban a mitad de la noche.

No sé cuantas veces recorrí ese universo impreso de imágenes dramatizadas que me producían gusto, incomodidad e incluso horror. Creo que tiempo después sus ilustraciones sucumbieron al rigor de las tijeras escolares mías y de mi hermana para satisfacer alguna tarea, quedando mutilado y hace mucho tiempo perdido para siempre.

El otro libro fue uno de los grandes aciertos pedagógicos de Trillas en mi opinión, creo que el libro mencionado llevaba por nombre el obvio titulo de «Juguemos a leer» y era un cuaderno de ejercicios con divertidas ilustraciones a colores y otro de lectura con una aburrida paleta de naranjas y negros.

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Sin embargo ese par de libros hicieron las delicias en aquellas difíciles tardes de lluvia y huracán Gilberto en las que acudía a la primaria en la tarde al contar con apenas 5 años y no poderme inscribir legalmente por haber visto la luz de este mundo en otoño.

Ese año a más de 2 décadas de distancia se ha vuelto entrañable en mi memoria, fue un año de juegos, de libros, de letras y de sobrevivir a las golpizas de aquellos compañeros míos que trabajaban y que me doblaban la edad y casi el tamaño, de mi amiga Irene a quien aun recuerdo y a quien aun me avergüenza haber zapeado alguna tarde y haberle provocado una hemorragia nasal en publico frente a los niños que salían del turno de la tarde y los que íbamos a entrar apenas y de los tenderos que me conocían.

Baste decir que esa fue la única vez en que agredí a alguna mujer en la vida, con la excepción de mi hermana y la infinidad de peleas que aderezaron la difícil convivencia de la infancia conjunta, y que a la postre le forjaron ese carácter duro y sarcástico atenuado por ese carisma que hasta la fecha le ha salvado de que la pongan en su lugar por sus abusos y maldades contra sus amigos y allegados.

En esos lejanos años fueron los relatos cortos, los cuentos que aderezaban los libros de texto que nos daban en la primaria los que hicieron mis delicias entonces. En el 4º año por el 60º (sexagesimo no sesentavo) aniversario de la escuela o algo así, regalaron unas colecciones de libros, parecian enciclopedias pero incluian al Panchatantra, el Ramayana, y cuentos de Rabindranath Tagore y las Mil y una noches de la astuta, pero no menos bella Sherezad.

Se armó un taller de lectura para los de mi grado y desde luego que me quedé sin importar estar una hora más en la escuela. Esos meses de verdad valieron la pena.