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viernes, 1 de noviembre de 2013

Sic transit (Cuento para un día de muertos)

Cuando en San Juan se supo que se construiría el puente peatonal para comunicar por fin ambas riberas del río se inicio un revuelo que se puede decir que todavía no termina. En esta pequeña ciudad de provincia, con pretensiones cosmopolitas, aun conocimientos menos importantes se desmenuzan metódicamente. La población se enfrascó en una discusión que parecía no tener fin. Los partidarios del progreso veían la construcción como uno más de los signos inequívocos de que San Juan iba para adelante y los defensores de lo provinciano, lo típico (que por lo demás en San Juan no existe) pensaban que la monumental estructura de concreto no haría otra cosa sino afear la idílica imagen de un río al cual todos ven con la misma familiaridad con que se ve a un pariente. Y sí, el río que atraviesa San Juan es hermoso. Quizá habría que dejar de lado las enormes cantidades de basura que los habitantes de San Juan arrojan en él con una desaprensión que sólo se compara al encono que ponen en defenderlo. Tal vez habría que hacer oídos sordos al constante murmullo de las bocas de descarga que, procedentes de los cárcamos de bombeo del sistema de drenaje, derraman en él los deshechos cotidianos. Pero desde luego lo mejor es no tocar el tema porque uno no es de aquí, y a la gente le molesta mucho más que los forasteros opinen de sus asuntos que cualquier inconveniencia que les pudiera causar el puente, que después de todo es de ellos. Si acaso, los comentarios más agrios se referían al hecho de que los constructores elegidos para llevar a cabo la obra hubieran sido de la Capital; aunque a nadie se le ocurrió pensar que eran especialistas a todos les molestó que fueran chilangos.

A Jacobo, en realidad, toda esta polémica le tocó sólo colateralmente. Por sus actividades, le era necesario atravesar el río quizá una o dos veces por semana. Cuando esto ocurría, él, como todos los demás, hacía uso de las pequeñas barcazas que con monótona regularidad cruzan en un sentido o en otro durante todo el día y toda la noche. A él lo que le impresionaba del río era la vista de sus aguas que serpentean hacia el norte y que, rizadas por la caliente brisa, reflejan el sol con la textura de un papel celofán verdoso y arrugado.

Jacobo se imaginaba, en sus breves travesías, la vista que se podría observar desde el puente una vez que estuviera terminado. Es cierto que un poco más de un kilómetro aguas abajo hay otro puente; un puente basculante por donde pasan tanto vehículos como peatones y que en realidad hace por lo menos quince años que no se levanta porque ya no navegan grandes embarcaciones por el río que pudiera justificar la apertura del puente, con el consiguiente problema de transito en sus aledaños. Pero ese otro puente para Jacobo no contaba; todas las ocasiones en que intentó quedarse a mirar discurrir las aguas, fueron una verdadera molestia. Una vez casi lo atropellaron, otra estuvo a punto de ser asaltado, en una más a un policía le pareció tan raro que permaneciera acodado en la baranda que lo detuvo por sospechoso y pasó dos días en la cárcel porque no tenía ni explicación convincente de su conducta ni dinero para pagar la multa.

Así que ver en un periódico una fotografía de la maqueta del nuevo puente fue motivo suficiente para convertirlo en un asiduo visitante de las obras. Un detalle en particular le sobrecogía; la torre de un mirador que se elevaría por lo menos setenta metros sobre el nivel de las aguas y que, al decir de un periodista más entusiasta que veraz, permitiría ver hasta el mismísimo puerto de Las Bocas.

Al poco tiempo, Jacobo rivalizaba en su conocimiento de los detalles de la obra con cualquiera de los ingenieros encargados. Pronto pudo distinguir entre la obra muerta y el tirante, entre los colados de concreto armado y los de concreto presforzado. A los pocos días sabía de pesos volumétricos, de cargas de diseño, de esfuerzos al límite, y era capaz de discutir por horas sobre las ventajas de la teoría plástica sobre la elástica. Se hizo un encarnizado defensor de los moldes túnel (que cualquiera saber que son más eficientes que las pesadas campanas de los años cincuenta) y en su entusiasmo llegó a pensar que estaban haciendo el puente hueco para que si se caía, flotara. Desde luego que sus visitas a la obra fueron convenciéndolo de que el puente se estaba construyendo para resistir no solamente dos o tres siglos a la intemperie del trópico, sino para soportar airosamente también cualquier hipotética crecida de las que han hecho famoso al estado de Chontales.

A sus amigos de la tertulia callejera del café no les pasó desapercibido el exagerado interés de Jacobo por el puente. Comenzaron a circular todo tipo de bromas producto del peculiar sentido del humor de la gente de Chontales. Hasta los boleros del parque conocían a Jacobo que era en realidad empleado de un banco, como el Ingeniero. Pero entre veras y bromas, terminó con más de una discusión gracias a su auténtico dominio del tema.

Cuando por fin se terminó la obra, Jacobo no fue el primero en cruzar el puente. Tan señalado honor correspondió, por unos cuantos pasos, a uno de los guardias personales del gobernador que, cuando vio a Jacobo del otro lado del río, pensó que tenía algo que ocultar y se lanzó a la carrera a tratar de aprehenderlo, cosa que consiguió, aunque no se explicaba la mezcla de rabia y alegría en la cara de su prisionero cuando lo traía de regreso detenido del cinturón. La particular agitación que en todos lados se suscita cuando se acerca el gobernador permitió a Jacobo escabullirse sólo para regresar al puente a los pocos minutos y cruzarlo una vez más, confundido en la comitiva de políticos y curiosos. Ese día hizo el recorrido en ambos sentidos por lo menos catorce veces, además de otras tres que subió al mirador. No se había engañado. La vista era soberbia y ya sea que la luz del día le permitiera ver, si no hasta Las Bocas, por lo menos hasta El Pantanal, o que la noche realzara la iluminación de San Juan, valía la pena subir los cuatrocientos cincuenta escalones, para extasiarse con la siempre sorprendente fisonomía de la urbe.

El hecho de que un día Jacobo se haya encontrado en medio del puente viendo hacia el norte y pensando en la muerte, no debe achacarse a otra cosa que a la casualidad. Dicen que el ser humano adulto piensa en la muerte por lo menos una vez al día. Debido a que Jacobo pasaba ratos cada vez más largos en el puente peatonal, resultó inevitable que un día se diera la coincidencia. En realidad no tenía nada de dramático, simplemente se encontró pensando en lo bello que sería morir ahí, en el puente, saltando ante la mirada atónita de los peatones para terminar un hermoso vuelo parabólico, abrazado —odiaba decir amortajado— por las aguas del río que, por las tardes, toman un color más parecido al chocolate indigesto que al acuático glauco.

Siendo San Juan pueblo de preclaros periodistas, fue un error que Jacobo le hubiera comentado sus pensamientos a uno de sus amigos de la tertulia. Pronto todos se enteraron. Porque es bien sabido que si se quiere guardar un secreto, lo peor que se puede hacer es contárselo a un sanjuanense.

No habría pasado de una broma de café y de ser por unos días motivo de las burlas de sus amigos, si Jacobo no hubiera pensado que por fuerza debe haber congruencia entre lo que uno dice y lo que hace. Al poco tiempo consideraba una obligación moral suicidarse y, aunque su salud mental era de hierro y difícilmente se encontraría candidato menos idóneo para salir (por así decirlo) por la puerta falsa, él pensaba que de no tomar su propia vida, ésta se haría extraordinariamente desgraciada. Ya se veía arrastrando la vergüenza de su falta de valor. ¿Cómo volvería a ver a la cara a sus amigos, si todos pensarían de él que era un mentiroso y un cobarde? ¿Cómo habría de verlos de cualquier manera, si cumplir con su propósito también se lo impediría? Un detalle adicional es que Jacobo no por ser consecuente consigo mismo era necesariamente valeroso. En más de una ocasión regresó a su lugar una pierna que ya había pasado por encima de la balaustrada, simplemente porque alguien, al pasar, se le había quedado mirando; y no tanto porque no quisiera morir sino porque veía en la cara del desconocido más sorpresa ante algo que se sale de lo común que sospecha alguna de que pretendiera suicidarse.

Otras veces, subía las interminables escaleras que llevaban al mirador sólo para encontrar que no había testigo posible de su acto desesperado o para quedarse extasiado por la vista fenomenal que, ésa sí, le obsesionaba.

Pero cada día que pasaba, lejos de llevarse de la mente de Jacobo tan peregrina idea, le traía nuevas consecuencias que no había considerado. Las mujeres no lo aceptarían, porque verían en él al suicida o al timorato. ¿Quién le volvería a prestar dinero, si no sabía cumplir su palabra? Su jefe en el banco pronto se enteraría, y de eso a perderle la confianza no mediaba ni un milímetro.

Así que esa tarde se decidió. Lo haría antes de que oscureciera, cuando aún hubiera un buen número de paseantes que pudieran presenciar su sacrificio en aras de la sinceridad. Jacobo bien sabía que cualquier intento por detenerlo sería inútil, pues pensaba oponer una resistencia tan tenaz que cualquier eventual rescatista terminaría por soltarlo ante la inminencia de verse arrastrado con él a las barrosas aguas.

La magnitud de su decisión no le impidió hacer una ronda por los cafés del centro de San Juan, donde ya nadie se acordaba den lo que Jacobo había dicho, sepultado en el inmenso montón de chisme que se procesa diariamente. A nadie llamó la atención la desusada locuacidad de Jacobo y todos atribuyeron a la borrachera esa esforzada alegría que pretendía inyectar al grupo. Aún así, solidariamente, tomaron un café tras otro con él y si alguien le vio soltar una lágrima furtiva, se lo achacó al humo o, mejor aún, pensó que era sudor.

Era ya bien tarde cuando por fin Jacobo se dirigió al puente peatonal; a nadie le extrañó, porque ese era su destino nueve de cada diez veces. Pero él sí que se sorprendió desagradablemente cuando se encontró con que estaba casi desierto. De todas maneras se fue hacia el centro, donde no solamente había más distancia al agua sino que también la vista era mejor —lanzarse del mirador ya lo había descartado por cansado y poco práctico—. La sorpresa de escuchar pasos que lo seguían sólo fue comparable con la de encontrarse, cuando volvió la cara, con el mismo guarura que lo detuvo el día de la inauguración del puente. Jacobo lo reconoció de inmediato; el otro no. Sacó una navaja de entre sus ropas y procedió a acuchillar a Jacobo de una manera más metódica que cruel. ¿Por qué? Tal vez para asaltarlo, o quizá para arrebatarle la vida nada más porque sí, perdido en alguna pesadilla de alcohol o droga. A la mente de Jacobo no se le escapó la ironía de la situación y, una vez que el criminal se perdió en la noche sin plena conciencia de lo que había hecho, Jacobo pasó desesperadamente una pierna sobre la baranda en un intento postrero de parecer suicida, intento que resultó vano. Al otro día lo encontraron totalmente desangrado con la mitad del cuerpo fuera, sí, pero con la otra mitad indudablemente sobre el puente, como tácita comprobación de que en el último momento le faltó valor.

Sus amigos lo velaron inconsolables. Menudearon los si me lo hubiera imaginado, nada más ayer nos tomamos un café juntos, ¿quién lo diría?, ya ves que hace un tiempo salió con que se quería suicidar, qué coincidencia, morir en el lugar que tanto le gustaba.

Nueve días después, cuando fueron a levantar la sombra, abundaron los chistes. Alguno quiso hacer una colecta para una lápida, pero la verdad es que nadie cooperó.

Alfredo Hurtado Barroso

domingo, 5 de febrero de 2012

Pequeños cambios

Hace tiempo que arrastraba una de esas monerías de noob que muchos blogueros agregan a sus sitios sin saber a ciencia cierta que ponen. Me refiero a un widget que mantenía fija en pantalla sin importar el desplazamiento vertical una imagen de 1 pajarito que les recuerde seguirme en twitter.

Desafortunadamente la imagen estaba hospedada en el desaparecido sitio de tinypic y se perdió el vínculo y lucía horrible así. Me propuse eliminarlo pero gráficamente no aparecía entre los artilugios de blogger y tardé un rato para idear como deshacerme de él.

Finalmente, después de estar leyendo de HTML, CSS y tratar de crear una plantilla propia en HTML5 y CSS3 (que aun no logro), tuve una idea de como eliminarlo y funcionó.

Un pequeño paso en la mejora visual de este sitio. No es la gran cosa pero para los rudimentos de código que manejo fue algo significativo para mi.

El siguiente paso es crear un  encabezado menos genérico, a partir de éste un favicon y si se puede, tal vez mediante CSS darle un aspecto tipográfico más interesante al blog. Ya veremos.

viernes, 21 de octubre de 2011

¿El fin de la desidia?

Ha pasado más de 1 año desde la última entrada de este blog, en ese tiempo podemos, sin exagerar, decir que el mundo ha cambiado, que es otro como ahora nosotros somos otros también. Y en mi vida han pasado muchas cosas, demasiadas que por desidia y por decidir que solamente podía escribir una cosa a la vez y esa cosa fue la tesis, quedaron en el tintero.

No estoy por la labor de postear entradas antiguas para generar la ilusión de continuidad, sin embargo, es difícil entrar aquí y no sentir cierta nostalgia y frustración y remordimiento.  Me conozco y sé que el microblogging ha suplido con creces en gran medida mi necesidad de escribir y este espacio lo ha resentido sobremanera. Sin embargo sé también que hay cosas que en ese mar de mensajes de escasos 140 caracteres, se pierden, historias, anécdotas cuyo legitimo lugar, me parece, es este espacio.

Y en ese mismo entendimiento, sé que no estoy acostumbrado a escribir y que me va a costar mucho habituarme a hacerlo, pero es algo que quiero intentar. No les prometo nada, finalmente a los escasos lectores que hay, que son un puñado, se agregará uno que otro que por alguna extraña y oscura razón lea algo de lo que aquí he puesto.

No pretendo darle difusión a este sitio que es más un rincón o refugio, que un escaparate para mostrar mis dotes(sic) como escritor.

Finalmente, para ya no redundar, en las siguientes semanas, tal vez meses, dependiendo de las cosas que tenga que hacer en el mundo real y de que tan bien o mal me administre mi tiempo, trataré de corregir algunos fallos del blog, depurar la imagen del mismo, quizá hasta me anime a crear un cabezal decente y revisar las etiquetas.

Sirva esto como un anticipo, como una promesa acaso, de tiempos mejores en este olvidado rincón de la red.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Sobre minas y mineros y porqué todo esto importa

La nota de la semana y probablemente del mes ha sido sin duda el épico rescate de los mineros chilenos. No pretendo repetir notas que fácilmente pueden hallar en la prensa o en los buscadores de la red. Sin embargo, para muchos mexicanos como yo, este suceso genera sentimientos encontrados y nos deja con un sabor agridulce.

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Pasta de Conchos es el incomodo recuerdo que pervive en la memoria de una situación con notables paralelismos a la de los chilenos y con abominables y monstruosas divergencias. Tampoco pretendo redundar esterilmente en argumentos expuestos con anterioridad en este sitio. Simplemente que, pensando en todo esto, el caso de los más de 60 mineros atrapados en la mina sin ser tan espectacular hubiese podido terminar en un feliz antecedente de lo que hemos visto esta semana, pero no fue así.

Cavilando en toda la infraestructura, la tecnología, la inversión y la propaganda del gobierno actual de Chile si bien de derecha, al menos más humano y “buena onda” que el gobierno de la derecha mexicana, no es difícil ver que ha sido una operación muy costosa, que dividiendo dicha suma entre el total de los mineros rescatados podemos ver que cada minero chileno vale al menos lo que 30 mineros mexicanos.

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Y a todo esto, dirán algunos ¿por qué tanto pinche drama por unos mineros? De los de Pasta de Conchos, ni quien se acuerde, nada más porque están de moda los chilenos, como algunos afirmaron en Twitter esta semana.

Pues bien, no sé los demás pero yo no me olvido de los mineros de Coahuila, me es difícil evadir esa dolorosa realidad por varias razones. La primera y más simple de todas, porque he conocido del dolor y de la impotencia de algunas de sus viudas, de sus huérfanos y familiares que llevan años luchando porque los cuerpos de sus esposos muertos cambien de sepulcro a otro donde los puedan honrar. Esto sin duda le resulta excesivo, inútil y ominoso a mucha gente, pero no me lo parece tanto porque aquellos hombres dejan la vida en las minas extrayendo minerales que vuelven obscenamente ricos a otros hombres que en su vida habrán trabajado una mina ni que sabrán rascarle a las entrañas de la tierra esos tesoros que guarda.

La segunda razón más trivial quizá es que varios de mis amigos son mineros y de unos años a la fecha he dejado de verlos porque aquellos extenuantes infiernos de las minas ya los reclaman, y son hombres y mujeres que arriesgan su vida en las precarias y ruinosas condiciones de muchas de las minas mexicanas que carecen aun, de las más elementales normas de seguridad, de la infraestructura adecuada y del interés de sus dueños de salvaguardar la integridad de todos aquellos que dan la vida por enriquecerlos.

La última menos obvia, pero no por ello menos importante es por el importante papel de la minería en la vida de México y en particular en la mía. Como muchos sabrán yo estudié en la Facultad de Ingeniería de la UNAM, escuela que fue fundada en la segunda mitad del siglo XVIII (1792) como el Real Seminario de Minas, cuya sede fue erigida por el célebre arquitecto español Manuel Tolsá (1811) y que sigue en pie en la calle de Tacuba cerca del Eje Central en el Centro Histórico, frente a la estatua Ecuestre de Carlos IV obra del mismo Tolsá en una pequeña plaza que lleva su nombre frente al Actual MUNAL que linda con la actual cámara de Senadores.

La Escuela de Minas tuvo una importancia no solamente cultural como podemos deducir, sino económica también al ser la primera en este continente en desarrollar especialistas en la minería, actividad que detonó la conquista de vastos territorios unos siglos antes y que era primordial para la economía colonial, pues gracias a ella pudieron, los Austria y posteriormente los Borbón vivir con lujos y derrochar el oro y la plata de estas tierras que a la postre harían ricos a los países del norte de Europa que han olvidado o pretenden olvidar ese hecho.

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En ella Andrés Manuel del Río en 1801 descubrió el Vanadio que bautizó con el horrendo nombre de Eritronio, en los años en que Fausto Delhuyar, notable mineralogista y químico metalurgista español fuera su primer director, y quien erigiera el espíritu científico que aun hoy a mas de 2 siglos de distancia sigue imperando en la forma de enseñar la ingeniería en esta institución.

Cabe señalar que Fausto y su hermano mayor Juan José lograron en 1783 aislar el mineral de wólfram que hoy conocemos como Tungsteno y que podemos ver en el filamento de los focos convencionales que aun imperan en los hogares de este país.

El propio Alexander von Humboldt a su paso por México alabo la labor científica y académica de Delhuyar que dejó tan honda huella que incluso después de su muerte el prestigio de la Escuela de Minas y su calidad eran superiores a las de la misma metrópoli que tras el retorno de Fernando VII al trono vivió algunos de sus más oscuros años empobrecida, sin colonias que sangrar y con una férrea inquisición plena y activa.

De vuelta a este continente, la Escuela de Minas sería el asiento del primer instituto de investigación científica del continente y sus egresados con el título de facultativos de minas obtienen el privilegio, a partir de 1797, de ser aceptados en el resto de América, en Filipinas y en toda Europa. El seminario de Minería es la Nueva España se convierte entonces en el principal exportador de conocimientos técnicos y científicos del continente. En aquella época, México poseía la vicepresidencia de la Asociación Mundial de Minería. Es además la semilla de lo que a la postre fue la escuela de Ingenieros con Juárez y que pese a la volatilidad del siglo XIX fue el primer centro de enseñanza en América que imparte cursos de ciencias Físico-Matemáticas y del cierre que tuvo en los agitados años previos a la Reforma con Juárez, logra integrarse hace ya 100 años al proyecto de Universidad Nacional enarbolado por Justo Sierra.

No es por ello de sorprender que entre las ingenierías que alberga en la actualidad (12 para ser exactos) sobreviva la de ingeniero en minas y metalurgia en una universidad lejana geográficamente de las minas que son explotadas en la actualidad y que no abundan precisamente en el centro del país. Es por ello que tengo amigos y amigas mineras, como mi amiga Claudia que acaba de regresar esta misma semana a titularse después de un par de años de trabajar en minas del bajío y del norte del país.

En la historia universal de la infamia, Borges atinadamente atribuye a una variación de filantropía un hecho del que se derivan innumerables sucesos, que es la importación de negros africanos como mano de obra para extenuarlos en la explotación de las minas de oro primero antillanas, luego continentales que sustituyeran a los nativos que sucumbían vertiginosamente ante las epidemias, el hambre y las inhumanas condiciones de trabajo que la codicia de aquellos pálidos bárbaros les exigía... pero esto creo será motivo de una entrada posterior, menos deficiente y más atinada.

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jueves, 7 de octubre de 2010

La literatura 1

Hay algo que ha estado presente en mi vida desde hace mucho tiempo y que sin embargo hasta hace poco he visto con cierta claridad, me refiero a la literatura. Si bien es cierto que aprendí a muy tierna edad a leer antes en ingles que español, no es algo de lo que me vanaglorie, para mí fue algo perfectamente normal dada la educación que tuve en un jardín de niños bilingüe y que tras algunos años de estudio e una primaria publica olvidé casi por completo por lo que tuve que dedicarme de los 9 a los 13 a recuperar la lengua de Shakespeare que ciertamente nunca ha sido mi favorita, pero a la que me une una relación de amor-odio que tal vez algún día me dé tiempo a explicar.

Las letras entraron a mi vida a la misma edad que muchos de ustedes, sin embargo el gusto por ellas se debió a unos libros con los que aprendí a leer. El primero de ellos era un libro casi entero que comenzaba con cierta progresión gradual en el mundo de la lectura pero que a mí me provocaba cierto placer indescriptible, era como los discursos a los grandes oradores griegos en el sentido de que era como un paseo a través del libro con frases y dibujos que me provocaban diversas emociones y que empezaban como en una clara mañana y terminaban a mitad de la noche.

No sé cuantas veces recorrí ese universo impreso de imágenes dramatizadas que me producían gusto, incomodidad e incluso horror. Creo que tiempo después sus ilustraciones sucumbieron al rigor de las tijeras escolares mías y de mi hermana para satisfacer alguna tarea, quedando mutilado y hace mucho tiempo perdido para siempre.

El otro libro fue uno de los grandes aciertos pedagógicos de Trillas en mi opinión, creo que el libro mencionado llevaba por nombre el obvio titulo de «Juguemos a leer» y era un cuaderno de ejercicios con divertidas ilustraciones a colores y otro de lectura con una aburrida paleta de naranjas y negros.

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Sin embargo ese par de libros hicieron las delicias en aquellas difíciles tardes de lluvia y huracán Gilberto en las que acudía a la primaria en la tarde al contar con apenas 5 años y no poderme inscribir legalmente por haber visto la luz de este mundo en otoño.

Ese año a más de 2 décadas de distancia se ha vuelto entrañable en mi memoria, fue un año de juegos, de libros, de letras y de sobrevivir a las golpizas de aquellos compañeros míos que trabajaban y que me doblaban la edad y casi el tamaño, de mi amiga Irene a quien aun recuerdo y a quien aun me avergüenza haber zapeado alguna tarde y haberle provocado una hemorragia nasal en publico frente a los niños que salían del turno de la tarde y los que íbamos a entrar apenas y de los tenderos que me conocían.

Baste decir que esa fue la única vez en que agredí a alguna mujer en la vida, con la excepción de mi hermana y la infinidad de peleas que aderezaron la difícil convivencia de la infancia conjunta, y que a la postre le forjaron ese carácter duro y sarcástico atenuado por ese carisma que hasta la fecha le ha salvado de que la pongan en su lugar por sus abusos y maldades contra sus amigos y allegados.

En esos lejanos años fueron los relatos cortos, los cuentos que aderezaban los libros de texto que nos daban en la primaria los que hicieron mis delicias entonces. En el 4º año por el 60º (sexagesimo no sesentavo) aniversario de la escuela o algo así, regalaron unas colecciones de libros, parecian enciclopedias pero incluian al Panchatantra, el Ramayana, y cuentos de Rabindranath Tagore y las Mil y una noches de la astuta, pero no menos bella Sherezad.

Se armó un taller de lectura para los de mi grado y desde luego que me quedé sin importar estar una hora más en la escuela. Esos meses de verdad valieron la pena.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Ángel

La descubrí esta tarde inusual en la que me vi obligado a volver a casa antes de la puesta del sol, pasaban las cinco cuando noté el oro de sus cabellos y su nívea tez que fulguraban en medio de un mar de homogeneidad morena como la que abunda en la mayoría de los países que conforman la llamada América Latina.

Me senté a su lado, más que por necesidad, por poder mitigar de ese modo la tentación de contemplarla y, quizá incomodarla con mi mirada que sin ser lasciva me ha causado ya problemas en otros tiempos. Era uno de esos incómodos asientos ubicado detrás de la salpicadera de la llanta trasera del autobús que no alcanza a librar completamente dicho obstáculo de modo que o tienes la suerte de tener los pies diminutos y sentarte sin mayor incomodidad o bien hacer las veces de un improvisado contorsionista.

Ella sin embargo escondía entre las piernas la mochila grande y voluminosa como la mía, quizá intentando atenuarla para proteger su computadora, artilugio portátil (no mucho) y cada vez más necesario y presente entre los estudiantes.

Sin embargo durante el viaje, la contemplé de reojo, sus ojos no eran claros, los labios lineales no le hacían justicia, sin embargo compensaban el buen perfil, su lozanía y la amplitud de la frente clara y despejada. Intentaba leer unas copias sobre algo de la conducta que no pude ver con claridad y que me abstuve de hacer con gran evidencia.

Era joven y bonita, como lo son muchas mujeres a su escasa edad, al principio tuve miedo de que fuera más de 10 años menor que yo, al pasar los minutos y precisar ciertos detalles y cavilar sobre ella y lo que leía concluí que no debía ser más de 8 años menor que yo y que estudiaría pedagogía o psicología, eso me tranquilizó y me hizo pensar que quizá alguna ocasión futura volvería a verla. Vestía de jeans, lo cual no es raro en absoluto, y portaba una blusita azul tejida a modo de sweater.

Intentaba leer una novela de Alejo Carpentier para mitigar la tentación de contemplarla, sin embargo, como estas líneas delatarán no tuve mucho éxito en ello.

El viaje fue breve, o quizá fue algo más largo pero abreviado por mi afición a la joven y rubia chica sentada a mi lado.

Ya había logrado avanzar algunas líneas del libro cuando noté que ella levantaba su mochila que era de un rosa vivo para salir. Minutos antes había previsto la posibilidad y tenía ya preparada alguna frase ingeniosa y varonil acaso, sin embargo la premura y la sorpresa me hicieron balbucear, acaso musitar un tímido e inaudible «claro». Sirva acaso de atenuante el decir que de espaldas lucia muy bien también, sin llegar a la voluptuosidad de las caderas africanas, pero si con la suficiente proporción para lucir femenina.
Lunes 27 de septiembre de 2010

viernes, 17 de septiembre de 2010

De minas, mineros e infamias

Leí en las noticias de hoy, que en la mañana la perforadora encargada de desarrollar el llamado Plan B, logró llegar a los 33 mineros chilenos atrapados desde principios de agosto. No es mi interés repetir la nota, la pueden consultar aquí: http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2010/09/17/perforadora-hace-contacto-con-mineros-atrapados-en-chile

La verdad es que cuando supe, vagamente por cierto, sobre lo sucedido en Chile inmediatamente lo relacioné con la tragedia de Pasta de Conchos y dadas las condiciones de la mina en la que están atrapado los chilenos pensé que terminaría esto de manera igual de trágica. Me alegra, hasta ahora, estar equivocado.

Los de esta América

La mañana del 19 de febrero de 2006 una explosión debida al exceso de metano en la mina, concentración que rebasaba con plenitud los estándares mínimos de seguridad, dejó atrapados a una profundidad aun hoy desconocida y debatida a 65 mineros que laboraban el la mina de carbón “Pasta de Conchos”. Laboraban, como sucede en este país y en muchos otros, en condiciones precarias, no resulta excesivo decir infrahumanas, pues carecen no sólo del equipo de seguridad adecuado, sino que las condiciones mismas de las minas son tales que aquellos que profesan el oficio de minero son de entre todos los miembros de la clase trabajadora, llamada despectivamente proletariado, los que mueren antes, los que terminan con los pulmones destrozados, los que son más explotados y los que perciben el peor salario… contrariamente a toda justicia, divina, humana y poética son los que mayor riqueza producen, riqueza a la que les es vedado el acceso.

Los hechos subsecuentes son de dominio publico, las autoridades, la empresa (grupo México), la opinión publica tiraron la toalla demasiado pronto, a las 48 horas comenzaron a darlos por muertos, disparatadas contradicciones, dolosas omisiones, fueron los elementos que construyeron la escenografía en medio de la cual se representó esta tragedia. Se rumoró la posibilidad de un rescate de dimensiones continentales, que tardó más en organizarse que en ser disuadido por Grupo México. El desenlace es fácil de prever.

Los de la otra

La historia de los 33 mineros chilenos atrapados desde agosto de 2010 ha sido heroica, una historia solidaria, sin tintes trágicos todavía. El rescate continental digno de cualquier producción hollywoodense no fue una promesa rota allá sino una realidad tangible que genera noticias alentadoras día con día. El apoyo no ha hecho falta y la solidaridad ha rebasado las fronteras, si bien sus muestras son moderadas como sucede siempre, pero no por ello menos importantes.

Paralelismos y contrastes

Hasta donde sé tanto Grupo México (de German Larrea, uno de los empresarios más importantes del país y más ricos también) que es la minera más grande aun en manos “nacionales” como los de Minera San Esteban. Mientras, de este lado, los medios, las autoridades y el pueblo carente de voluntad propia se plegaron a la tiránica decisión del magnate que condenaba a muerte a aquellos hombres heroicos, ordinarios, esplendidos e insignificantes que tenían el mismo derecho al aire a la vida, al amor de sus mujeres, de sus hijos que aquel. Los medios fueron convenciendo que nada tenia sentido, que seguramente ya no tenían aire o que nunca lo tuvieron, que más valía ocuparse de otros asuntos condenándoles al ostracismo de la memoria en el inconsciente colectivo.

Las familias protestaron, denunciaron, hicieron cuanto estaba en sus manos, que no era mucho, y al final hubieron de resignarse a la muerte de sus seres queridos, cuyo sepulcro fue la mina donde laboraron toda la vida.

Del otro lado del mundo, las autoridades no hicieron oídos sordos ante la tragedia, la gente, los medios también han apoyado, la vida humana parece valorarse mejor en aquellas tierras y los mineros siguen con vida y con esperanzas de salir.

Epílogo

De vuelta a este asolado país, los precarios esfuerzos llevados a cabo para rescatar a los mineros dieron magros resultados cuando el 23 de junio de aquel lejano 2006 sacaron el primer cuerpo y medio año más tarde a poco menos de 1 año de la tragedia sacaron el segundo.

Sin embargo la mina permanece cerrada, los culpables libres, los medios y la gente ha olvidado el suceso y quedan 63 mineros aun debajo sin que nadie tenga la voluntad de que algún día sean rescatados y se sepa que sucedió en realidad. Hace un par de años tuve que ver en la organización de un foro en la UNAM acerca del caso, conocí y platiqué con algunas de las viudas y familiares de los mineros, conocí a una asociación ajena al sindicato de mineros veteranos de diversas partes del país que basándose en su experiencia de toda la vida proponían rescatar los cuerpos de sus colegas ahí fallecidos.

Conocí de los infiernos en los que se extenúan estos hombres, de las precarias condiciones en que laboran, de las ilegales e inseguras condiciones en que tienen que adentrarse a las minas, tan malas como si viviéramos en 1880, simple y llanamente porque los dueños de las minas en vez de invertir en la gente que los enriquece y en procurarles condiciones dignas para laborar, prefieren ahorrarse ese gasto y depositar esos dineros a trabajar en sus ociosas cuentas en Suiza o las Islas Caimán.

Me da tristeza ver como terminaron las cosas así, de dos hechos lamentables y coincidentes en muchas circunstancias el primero terminó de manera infame, el segundo, esperemos, termine de manera justa, con final feliz y cursi al más puro estilo de Hollywood.