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jueves, 7 de octubre de 2010

La literatura 1

Hay algo que ha estado presente en mi vida desde hace mucho tiempo y que sin embargo hasta hace poco he visto con cierta claridad, me refiero a la literatura. Si bien es cierto que aprendí a muy tierna edad a leer antes en ingles que español, no es algo de lo que me vanaglorie, para mí fue algo perfectamente normal dada la educación que tuve en un jardín de niños bilingüe y que tras algunos años de estudio e una primaria publica olvidé casi por completo por lo que tuve que dedicarme de los 9 a los 13 a recuperar la lengua de Shakespeare que ciertamente nunca ha sido mi favorita, pero a la que me une una relación de amor-odio que tal vez algún día me dé tiempo a explicar.

Las letras entraron a mi vida a la misma edad que muchos de ustedes, sin embargo el gusto por ellas se debió a unos libros con los que aprendí a leer. El primero de ellos era un libro casi entero que comenzaba con cierta progresión gradual en el mundo de la lectura pero que a mí me provocaba cierto placer indescriptible, era como los discursos a los grandes oradores griegos en el sentido de que era como un paseo a través del libro con frases y dibujos que me provocaban diversas emociones y que empezaban como en una clara mañana y terminaban a mitad de la noche.

No sé cuantas veces recorrí ese universo impreso de imágenes dramatizadas que me producían gusto, incomodidad e incluso horror. Creo que tiempo después sus ilustraciones sucumbieron al rigor de las tijeras escolares mías y de mi hermana para satisfacer alguna tarea, quedando mutilado y hace mucho tiempo perdido para siempre.

El otro libro fue uno de los grandes aciertos pedagógicos de Trillas en mi opinión, creo que el libro mencionado llevaba por nombre el obvio titulo de «Juguemos a leer» y era un cuaderno de ejercicios con divertidas ilustraciones a colores y otro de lectura con una aburrida paleta de naranjas y negros.

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Sin embargo ese par de libros hicieron las delicias en aquellas difíciles tardes de lluvia y huracán Gilberto en las que acudía a la primaria en la tarde al contar con apenas 5 años y no poderme inscribir legalmente por haber visto la luz de este mundo en otoño.

Ese año a más de 2 décadas de distancia se ha vuelto entrañable en mi memoria, fue un año de juegos, de libros, de letras y de sobrevivir a las golpizas de aquellos compañeros míos que trabajaban y que me doblaban la edad y casi el tamaño, de mi amiga Irene a quien aun recuerdo y a quien aun me avergüenza haber zapeado alguna tarde y haberle provocado una hemorragia nasal en publico frente a los niños que salían del turno de la tarde y los que íbamos a entrar apenas y de los tenderos que me conocían.

Baste decir que esa fue la única vez en que agredí a alguna mujer en la vida, con la excepción de mi hermana y la infinidad de peleas que aderezaron la difícil convivencia de la infancia conjunta, y que a la postre le forjaron ese carácter duro y sarcástico atenuado por ese carisma que hasta la fecha le ha salvado de que la pongan en su lugar por sus abusos y maldades contra sus amigos y allegados.

En esos lejanos años fueron los relatos cortos, los cuentos que aderezaban los libros de texto que nos daban en la primaria los que hicieron mis delicias entonces. En el 4º año por el 60º (sexagesimo no sesentavo) aniversario de la escuela o algo así, regalaron unas colecciones de libros, parecian enciclopedias pero incluian al Panchatantra, el Ramayana, y cuentos de Rabindranath Tagore y las Mil y una noches de la astuta, pero no menos bella Sherezad.

Se armó un taller de lectura para los de mi grado y desde luego que me quedé sin importar estar una hora más en la escuela. Esos meses de verdad valieron la pena.

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