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lunes, 27 de septiembre de 2010

Ángel

La descubrí esta tarde inusual en la que me vi obligado a volver a casa antes de la puesta del sol, pasaban las cinco cuando noté el oro de sus cabellos y su nívea tez que fulguraban en medio de un mar de homogeneidad morena como la que abunda en la mayoría de los países que conforman la llamada América Latina.

Me senté a su lado, más que por necesidad, por poder mitigar de ese modo la tentación de contemplarla y, quizá incomodarla con mi mirada que sin ser lasciva me ha causado ya problemas en otros tiempos. Era uno de esos incómodos asientos ubicado detrás de la salpicadera de la llanta trasera del autobús que no alcanza a librar completamente dicho obstáculo de modo que o tienes la suerte de tener los pies diminutos y sentarte sin mayor incomodidad o bien hacer las veces de un improvisado contorsionista.

Ella sin embargo escondía entre las piernas la mochila grande y voluminosa como la mía, quizá intentando atenuarla para proteger su computadora, artilugio portátil (no mucho) y cada vez más necesario y presente entre los estudiantes.

Sin embargo durante el viaje, la contemplé de reojo, sus ojos no eran claros, los labios lineales no le hacían justicia, sin embargo compensaban el buen perfil, su lozanía y la amplitud de la frente clara y despejada. Intentaba leer unas copias sobre algo de la conducta que no pude ver con claridad y que me abstuve de hacer con gran evidencia.

Era joven y bonita, como lo son muchas mujeres a su escasa edad, al principio tuve miedo de que fuera más de 10 años menor que yo, al pasar los minutos y precisar ciertos detalles y cavilar sobre ella y lo que leía concluí que no debía ser más de 8 años menor que yo y que estudiaría pedagogía o psicología, eso me tranquilizó y me hizo pensar que quizá alguna ocasión futura volvería a verla. Vestía de jeans, lo cual no es raro en absoluto, y portaba una blusita azul tejida a modo de sweater.

Intentaba leer una novela de Alejo Carpentier para mitigar la tentación de contemplarla, sin embargo, como estas líneas delatarán no tuve mucho éxito en ello.

El viaje fue breve, o quizá fue algo más largo pero abreviado por mi afición a la joven y rubia chica sentada a mi lado.

Ya había logrado avanzar algunas líneas del libro cuando noté que ella levantaba su mochila que era de un rosa vivo para salir. Minutos antes había previsto la posibilidad y tenía ya preparada alguna frase ingeniosa y varonil acaso, sin embargo la premura y la sorpresa me hicieron balbucear, acaso musitar un tímido e inaudible «claro». Sirva acaso de atenuante el decir que de espaldas lucia muy bien también, sin llegar a la voluptuosidad de las caderas africanas, pero si con la suficiente proporción para lucir femenina.
Lunes 27 de septiembre de 2010

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