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lunes, 17 de mayo de 2010

Don Humberto

Pasa los días arrumbado sobre su silla andadera, dormita, se fuma un cigarro de cuando en cuando para matar las horas estériles. Poseé un aire de cachivache, su deplorable estado actual lo hace invisible a los ojos de la mayoría, deleznable ante los de aquellos que llegan a percibirlo.

Alguna vez lo he visto andar con sus pantalones orinados debido a la incontinencia urinaria que lo afecta. Se nota que fue un hombre alto, de buena proporciona y estatura, arrastra los pies al caminar, la espalda la tiene destrozada debido a una escoliosis impía que le ha deformado y no le permite erguirse ni menos aun andar de pie por si mismo.

Es un hombre consumido que lleva la marca de aquellos que han vivido una buena vida, esa vida que llevan los hombres, plagada de excesos y de hábitos antinaturales e insanos que los consumen y marchitan antes de tiempo, y que llegados a una venerable edad, as veces que llegan, lo hacen convertidos en piltrafas, despedazados por dentro en lamentable estado.

Y así contempla don Humberto los días desde su rincón inmóvil, dormitando a ratos, contemplando a los jóvenes engreídos, deficientes e ilusos que pululan por la facultad.

Nadie imagina que ese hombre acabado que mira la vida desde un rincón habla con fluidez en inglés y francés además de español, naturalmente.

Alguna vez lo vi con un cigarro en la mano consumiéndose solo, inmóvil, parecía que no respiraba, afortunadamente me equivoque y solo dormía.

Creció en San Antonio Texas y ejerció con naturalidad más que con orgullo el ser blanco, a principios del verano de 1953 fue enviado a Corea, para su suerte no tuvo que derramar sangre ni padecer los horrores de la Guerra, al desembarcar ya todo habla acabado.

Huyendo de las posibilidades de la Guerra que aseguraba el Imperialismo en ascenso del lado norte del Río Bravo que allá le dicen Grande, decidió enrolarse en el ejercito mexicano, de modo que cuando fue requerido para dar su vida en las selvas de Vietnam no pudieron hacerlo pues él ya era miembro del ejercito mexicano.

De aquellas andanzas no tengo mayores datos, pero en los 70 aparece dando clases en la Universidad Nacional Autónoma de México, hombre de cultura fue apreciado como profesor, donde una jovencita rebelde y sobrina suya trabajaba ya en los comedores de la Ciudad Universitaria huyendo de la educación conservadora para señoritas que recibía en una escuela de monjas.

Lo que sucede desde esos lejanos años hasta nuestros días 30 años después es algo que no he sabido, sólo sé que Don Humberto envejeció, y que la ausencia de un titulo universitario lo relegó en sus derechos dentro de la mafia sindical que se fue entretejiendo y consolidando desde que Agustín Rodríguez encabeza vitaliciamente el STUNAM, que su sobrina se asentó a trabajar en la UNAM, terminando su preparatoria pero siendo impedida en avanzar más allá de vigilante dentro del aparato burocrático del sindicato. Que esto les ha costado privaciones y el no percibir lo justo por sus años de servicio.

Y el propósito de mi relato no es otro más que reflexionar en como la vida puede resultar injusta con la gente y un hombre culto, interesante que ha vivido y tiene vivencias enriquecedoras dilapida sus últimos años en calidad de semimueble, enfermo y acabado, mientras su sobrina no menos enferma que él, con sobrepeso y diabetes y los problemas que una mala calidad de vida y conlleva, trabaja de uno a 2 turnos al día para poder mantenerse y cuidar al tío, mientras que la cúpula sindical vive a cuerpo de rey, dándole preferencia a piernudas y poco calificadas "jóvenes" preferencia en los puestos de trabajo de base con fines precopulativos desdeñando los años de trabajo invertidos por gente con más edad, experiencia y muchas veces preparación para tan cotizados puestos.

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